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Al mirar hacia atrás y ver mis otros proyectos siento que caí en un discurso victimizante. Recurro al yo como víctima de sus límites, del día a día, donde tanto pensamientos como sentimientos se van acumulando en un peso inaguantable, hasta el momento que es necesario explotar. Cada vez que quiero sentir liberación o catarsis debo recurrir con anterioridad a mi bolsa repleta de esos pensamientos.

Me gustaría poder compartir esa experiencia de catarsis, pero desde el cuerpo. Donde tales pensamientos no necesariamente estén presentes, pues el cuerpo también tiene su memoria. Las sensaciones del cuerpo pueden transmitir la idea catarsis. Claro, no puedo separar cuerpo de pensamiento. En general, pienso que la salud mental es más importante que la física, o que en ocasiones el dolor mental puede ser más poderoso que el físico. Pero quizás podamos llegar a esa sanación, si se quiere decir mental, pasando primero por el cuerpo.

Empezar a pensar no desde los pensamientos, sino desde las sensaciones ¡Escucha lo que el cuerpo desea o intuye! No sé si es rendirme frente al pensamiento y creer que nunca me podré liberar de este ente contradictorio, el cual me hizo pensar que el cuerpo era culpable de mis límites. Fue el pensamiento el que me hizo creer que era el cuerpo el que me frenaba. Pero posiblemente, es el pensamiento el culpable, quien confunde al cuerpo, llenándolo de contradicciones hasta el punto de que el cuerpo ya no sabe cómo responder y queda paralizado.

Debo comenzar a escuchar al cuerpo. Porque es quien quiere hacer las cosas, quien tiene el impulso y una intuición natural. Es materia moldeable que se puede dejar fluir. Merezco escuchar al cuerpo. El pensamiento debe escucharlo, entenderlo, ver cómo reacciona a distintas cosas, comprenderlo sin necesidad de llenarlo de dudas frente al que dirán o a las consecuencias.

Escuchar a mi cuerpo puede ser la oportunidad de conocer otra parte de mi sombra. Pues en ella están todas las cosas que he reprimido a lo largo de los años, y el cuerpo y las sensaciones de este son algo que he reprimido. Quisiera volver a esa niña que pensaba con el cuerpo y no con el pensamiento. Esa niña inquieta que se movía sin parar.

Quiero volver a conectar con mis sentidos, con su extraña intuición inconsciente. Es ahí donde el arte se vuelve una terapia donde mi cuerpo se conecta con los materiales. Cuando me siento mejor es cuando me dejo llevar por las sensaciones del cuerpo, donde el tiempo toma otra dimensión, donde el afán desaparece y cada acción toma el tiempo necesario.

Es aquí donde recuerdo algo que aprendí en estos días y es como el dibujo puede ser el camino más rápido entre cuerpo y cerebro. Pero aquí puedo referirme a más allá del dibujo: a cualquier arte que implique el cuerpo, para crear un puente, un camino hacia el inconsciente.

La ansiedad que a veces siento, no solo la leo en mis pensamientos acumulados a punto de estallar, también la siento en el cuerpo. Un cuerpo comprimido. Entonces, cuando lo muevo, empiezo a renovar el aire de mis pulmones.

No hay vida sin conflicto, pero hay maneras de solucionarlos, una de ellas es escuchar y no juzgar. Entonces, si he considerado que el conflicto cuerpo-mente será eterno, ¿por qué no aplicar esa solución para calmar tal tormenta? Tal vez ya escuché al pensamiento, pero no le he dado la oportunidad al cuerpo de ser escuchado. Quizás pueda llegar a escuchar a ambos por igual.

He intentado trasladar las barreras mentales a barreras físicas, he mostrado físicamente como salir de ellas, pero qué tal si comenzamos a deformar esas barreras, empezar a jugar con ellas, dejando que el cuerpo haga lo que quiera con ellas. No hablando del antes, sino del después.

Quizás por ello últimamente me llaman tanto la atención las meditaciones, porque estas nos hacen conscientes del cuerpo, del acto simple de respirar, del tacto en la punta de los pies, del escuchar el espacio que habita nuestro cuerpo.

Estar en casa me ha hecho más consciente del cuerpo, de la falta que le hace caminar, de su espalda cansada, o de sus pies fríos después de horas sentada frente al computador. La ansiedad de relacionarme con las personas aparentemente ha bajado, el pensamiento a descansado, aunque en casa este aún se siente en constante lucha, es muy distinto a cuando diariamente me enfrento a muchas personas, a pensar en que decir, en cómo actuar.

El pensamiento ha descansado, y el tiempo le hace extrañar compartir con otros, compartir ideas, reír un buen rato. Tanto así que ando aprendiendo a no juzgarme tanto y aceptar que en ocasiones me trabo al hablar, o pierdo el hilo, o hablo emocionada, pero sin sentido. Aprendiendo que lo que fue, fue, y con la esperanza de que con practica y arriesgándome pueda aprender en el camino.

Entonces así mismo esa nostalgia se ve trazada por la ilusión del cuerpo; un cuerpo que está acostumbrado a estar en comunidad, un cuerpo que le encanta expresarse por medio de sus brazos, sus posturas y hasta sus caras. Empiezo a pensar que tal nostalgia del pensamiento está fundada en la nostalgia del cuerpo.

Quiero continuar un camino donde aprenda a no juzgar las acciones del cuerpo. Quiero comprender el ritmo de mi cuerpo ¿Será más lento que el de mi pensamiento? Yo creería que sí.

Un valor al que le doy mucha importancia es escuchar a los demás, pero realmente lo que necesito es escucharme a mí misma, pero no a mis pensamientos, ya que cuando me sumerjo en ellos, caigo en un abismo de donde parece ser imposible salir; en cambio, debería escuchar a mi cuerpo, pues aquí puedo saltar en la punta del abismo, sin caer.

Recuerdo la experiencia en Ibagué en aquel taller de performance: Me preguntaron cuál era mi urgencia: pensaba en liberarme, en dejar de pensar tanto. En la urgencia de hablar, quizás llorar, gritar o correr. Acciones del cuerpo. Allí entonces reflexione que necesitaba conocer el límite no del pensamiento, pero si del cuerpo. Sentir sus pesos, sus formas y ritmos, entender su animalidad.  Entendí el poder de decir ¡yo puedo! ¡El cuerpo puede!

Y vuelvo a enfatizar que siempre he necesitado escuchar mi cuerpo. Por lo tanto, mis anteriores proyectos eran tan terapéuticos, no importaba si me victimizaran. Eran terapéuticos por que implicaban el cuerpo, implicaban la sensación de liberarse de algo, de arriesgarse a algo.

Enero 2021

Es momento de dejar de escuchar tanto al pensamiento,
para comenzar a escuchar a l cuerpo

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